Covadonga González-Pola

Escritora y consultora editorial. Editora. Fundadora de la Escuela de Escritura Tinta Púrpura.

Escritora, creadora de contenidos, experta en servicios editoriales, formadora en talleres de escritura y unas cuantas cosas más.

¿Nos boicoteamos a nosotros mismos cuando nos esforzamos demasiado por hacer las cosas bien?

Hay gente perfeccionista, hay gente con buena voluntad, hay gente con ganas de agradar... posiblemente todos tenemos una parte de nosotros que desea encajar y ser aceptados, pero, a pesar de todo, también tenemos lo nuestro.

Pero este post no trata sobre esto. Trata sobre si ser bueno y esforzarse por ser mejor nos puede salir caro si nos pasamos de la raya. Como ejemplo, os voy a transcribir un relato y os voy a poner también el audio original. Pertenece a la sección «Cuentos para Ulises» del programa No es un día cualquiera, de Radio Nacional. La sección me la descubrió mi primo y me parece divertida, sabia y deliciosa.

Este cuento para Ulises se llama "El perfecto Francisco" y me parece que hace una reflexión genial, aunque, como correctora de textos, tengo el corazón un poco dividido. Ahora veréis por qué:

 

El perfecto Francisco

Había una vez, en un país muy lejano, un señor llamado Francisco que era absolutamente perfecto. Todos los vecinos, por más que lo observaban, no encontraban nada que criticarse pudiera de él.

—¡Dios mío, nuestro vecino Francisco es perfecto!

—No tiene ningún defecto el cabroncete.

—Ética y moralmente es impecable.

—¡Y además es guapo y está buenísimo!

Nuestro protagonista era vigilado constantemente por todos sus conciudadanos, que analizaban su comportamiento con el fin de encontrar algo para poder criticarle.

—Algo malo debe tener. Vamos a espiarle.

Pero, por mucho que lo espiaban, de día y de noche, nada reprobable encontraban. Los vecinos habían llegado incluso a instalar micrófonos en el domicilio de Francisco e incluso diminutas cámaras de filmación, para poder controlar en todo a ese hombre que, a todas luces, parecía perfecto.

—¡Pongamos también un micrófono en el lavabo!

—Sí, ¡y una cámara de vigilancia dentro de su almohada!

Tras varios años espiando a Francisco, los vecinos se reunieron y de esta manera hablaron:

—Definitivamente, este hombre es perfecto.

—Hemos de reconocerlo, aunque nos pese.

Pasaron los años. El perfecto Francisco hízose viejo y murió. Al fallecer, sus vecinos acudieron al entierro. Allí enteráronse todos de que el anciano había escrito un testamento. El testamento decía:

«Dejo todos mis vienes a la comunidad».

Pero, queridos niños y niñas, la palabra «bienes» había sido escrita con «v» en vez de con «b».

—¡Dios mío! ¿Os habéis fijado? ¡Francisco no es perfecto! ¡Ha cometido una falta de ortografía!

—¡Jajajaajajaja! ¡Era un inculto!

—¡Sí, era un maldito y asqueroso iletrado! ¡Jajajaaja!

Al escuchar estas burlas, dos hermanitos que allí estaban, llamados Darío Gutiérrez y Maya Gutiérrez, se indignaron en grado extremo. El pequeño Darío dijo:

—Es sólo una falta de ortografía en una vida perfecta. No seáis crueles.

Y su hermanita Maya añadió:

—Estabais ansiosos por encontrarle un defecto. ¡Malditos vecinos!

Esto os enseñará, queridos niños y niñas que, por desgracia, cuanto mejor es una persona, menos se le toleran sus defectos.

Y colorín colorado, este cuento para Ulises ha terminado.

Supongo que me habéis entendido... si os ha pasado esto alguna vez. Si somos demasiado exigentes con nosotros mismos, podemos despertar envidias, podemos predisponer a la gente a apretarnos las tuercas tanto como nos lo hacemos nosotros mismos o incluso más. Puede que todo esté teñido de buena voluntad, pero obsesionarse por hacer las cosas bien y por agradar también puede ser una forma de autoboicotearnos y someternos inconscientemente a juicios muy muy duros.

Para luchar contra esto yo tengo dos pensamientos que procuro tener en cuenta. El primero es el refrán lo mejor es enemigo de lo bueno. Y es que muchas veces nos obsesionamos porque todo siempre puede superarse y olvidamos que lo que tenemos ya está bien. Esto hace que lo bueno parezca malo al lado de lo mejor. Y ahí llego a mi segundo pensamiento: autenticidad por encima de perfección. Puede que sepas hacerlo todo muy bien, pero estás en tu derecho de no hacerlo tan bien, pero hacerlo más tuyo, más personal, eso no quita que no estés dando lo mejor de ti. Y en esto me refiero tanto al ámbito literario como a la vida en general. Nos obsesionamos muchas veces pensando lo que es bueno o no, cuando muchas veces lo que importa no es lo que es objetivamente perfecto, sino lo que a nosotros nos satisface, nos ayuda a progresar, lo que disfrutamos y nos ayuda. Por eso creo que la autenticidad siempre debe primar sobre la obsesión de hacerlo técnicamente perfecto. Y si sabemos hacerlo de 10, es posible que debamos desaprender un poco para sacar nuestro propio 8'5 con algo que nos ha hecho disfrutar mucho más que el proceso que nos habría llevado al 10. Ojo, esto no significa que no hayas dado lo mejor de ti, sino todo lo contrario.

Aparte de esto, yo os recomiendo que tengáis siempre un contenedor para tirar a las personas envidiosas y que se comparan con vosotros. La envidia es un grave problema por no ser lícito expresarla y que hace que haya que buscar excusas estúpidas para que el envidioso se vea en justificación de agredir a la persona objeto de tan horrible sentimiento.

Ahora... ¿bienes con «v»? Uff… se me sigue haciendo muy duro, ¡jajaja!